Eres de las personas que no puede decir que no la mayoría de las veces? Aquellos que luego de aceptar un compromiso se dejan atormentar por el “remordimiento” de haber aceptado? Si la respuesta es SI, entonces quizás esta nota de Anthony de Mello (uno de mis favoritos) le guste:
Hay un juego psicológico, el del triangulo, que se suele llamar el del “si…pero..” Es como una transacción entre dos o mas personas. Un psicólogo, que era un genio, pensó que tu, en ese juego, irremediablemente haces uno de estos tres papeles del triangulo:
Rescatador, perseguidor o victima.
El rescatador actúa bajo el influjo de la culpabilidad.
El perseguidor actúa bajo el influjo de la agresividad.
La victima actúa bajo el influjo del resentimiento.
Si tu entras en el triangulo, irremediablemente cargaras con las consecuencias: Te quemaras.
Supongamos que yo estoy cansado y necesito tiempo para mi. Y tu vienes a mi con cara de victima reclamando mi atención. Yo soy incapaz de decir que no a nadie, te doy una cita para después de cenar. Inmediatamente me voy sintiendo cada vez mas resentido por tu intromisión, me pongo furioso por haberte dicho que si. Entonces vienes y me contengo y te recibo bastante bien, pero cuando veo que no son mas que banalidades lo que me dices, empiezo a impacientarme y el enojo se me sale por los poros. Asi que violentamente, te corto para decir: “Pero ¡Para este problema me vienes a molestar a estas horas!” Y estalla la tragedia. Con decirte que no podía atenderte a esa hora se hubiese evitado todo esto; pero al no saber decir que no, hice de:
Rescatador: cuando dije que si.
Victima: cuando me dolió por dar un tiempo que no quería dar.
Perseguidor: Porque te di un palo.
¿Que hay de bueno en esto?
Pero aun no para ahí, pues por la noche me siento culpable y arrepentido; con lo que, por la mañana voy con mucha amabilidad a preguntarte que tal estas. Y tu aprovechas mi buena disposición para pedirme otra entrevista. ¿Ves el juego? He querido hacer de rescatador y no solo me he dejado utilizar, sino que, a consecuencia de ello, he pasado a ser victima y perseguidor y, además, tu sigues con la misma actitud, no aprendiste nada.
La culpa en verdad la tengo yo, por meterme en el juego y dejarme enredar en el, en vez de ser sincero y decir que no puedo. Es como aquel proverbio “Si dejas la puerta abierta, los que se meten son los fuertes y quedan afuera los débiles”. Dejar la puerta abierta para todos sin discernimiento, es peligroso.
Alardeas de servicial y de bueno y no caes en la cuenta de que no saber decir que no, es de cobardes, egoístas e hipócritas, pues te gusta parecer bueno cuando por dentro estas echando chispas. Todos, alguna vez, dijimos si cuando deseábamos decir no, y lo hacemos por el sentido de culpabilidad metido en nuestra mente y por las buenas apariencias, por lo que puedan pensar de nosotros.
En el pecado llevamos la penitencia.
Solo el dia que no nos importe lo que piensen las personas de nosotros, comenzaremos a saber amarlas como son y darles la respuesta adecuada.
Lo cierto es que nuestro ego es el que propicia esa necesidad de que nos necesiten para sentirnos importantes.
Hay un juego psicológico, el del triangulo, que se suele llamar el del “si…pero..” Es como una transacción entre dos o mas personas. Un psicólogo, que era un genio, pensó que tu, en ese juego, irremediablemente haces uno de estos tres papeles del triangulo:
Rescatador, perseguidor o victima.
El rescatador actúa bajo el influjo de la culpabilidad.
El perseguidor actúa bajo el influjo de la agresividad.
La victima actúa bajo el influjo del resentimiento.
Si tu entras en el triangulo, irremediablemente cargaras con las consecuencias: Te quemaras.
Supongamos que yo estoy cansado y necesito tiempo para mi. Y tu vienes a mi con cara de victima reclamando mi atención. Yo soy incapaz de decir que no a nadie, te doy una cita para después de cenar. Inmediatamente me voy sintiendo cada vez mas resentido por tu intromisión, me pongo furioso por haberte dicho que si. Entonces vienes y me contengo y te recibo bastante bien, pero cuando veo que no son mas que banalidades lo que me dices, empiezo a impacientarme y el enojo se me sale por los poros. Asi que violentamente, te corto para decir: “Pero ¡Para este problema me vienes a molestar a estas horas!” Y estalla la tragedia. Con decirte que no podía atenderte a esa hora se hubiese evitado todo esto; pero al no saber decir que no, hice de:
Rescatador: cuando dije que si.
Victima: cuando me dolió por dar un tiempo que no quería dar.
Perseguidor: Porque te di un palo.
¿Que hay de bueno en esto?
Pero aun no para ahí, pues por la noche me siento culpable y arrepentido; con lo que, por la mañana voy con mucha amabilidad a preguntarte que tal estas. Y tu aprovechas mi buena disposición para pedirme otra entrevista. ¿Ves el juego? He querido hacer de rescatador y no solo me he dejado utilizar, sino que, a consecuencia de ello, he pasado a ser victima y perseguidor y, además, tu sigues con la misma actitud, no aprendiste nada.
La culpa en verdad la tengo yo, por meterme en el juego y dejarme enredar en el, en vez de ser sincero y decir que no puedo. Es como aquel proverbio “Si dejas la puerta abierta, los que se meten son los fuertes y quedan afuera los débiles”. Dejar la puerta abierta para todos sin discernimiento, es peligroso.
Alardeas de servicial y de bueno y no caes en la cuenta de que no saber decir que no, es de cobardes, egoístas e hipócritas, pues te gusta parecer bueno cuando por dentro estas echando chispas. Todos, alguna vez, dijimos si cuando deseábamos decir no, y lo hacemos por el sentido de culpabilidad metido en nuestra mente y por las buenas apariencias, por lo que puedan pensar de nosotros.
En el pecado llevamos la penitencia.
Solo el dia que no nos importe lo que piensen las personas de nosotros, comenzaremos a saber amarlas como son y darles la respuesta adecuada.
Lo cierto es que nuestro ego es el que propicia esa necesidad de que nos necesiten para sentirnos importantes.
1 comentario:
Muy cierto el artículo, hay que saber decir "no" a tiempo, pero a veces cuesta tanto............
Besos.
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